Gerardo Martínez Lastra Arechavala
Haz el bien y no veas a quién
Querido Papá,
Este libro lo hubieras querido escribir en vida, tú me lo dijiste en múltiples ocasiones. No sé si viviste añorando a tu querido padre que se te fue tan pronto, quizás tus viajes fueron una búsqueda inconsciente de esa figura paterna. Lo que sí sé, porque tú me lo contaste, es el gran respeto que te inspiraron tu padre y tu madre durante toda su vida. Aunque naciste en México siempre sentiste un gran cariño por España; recuerdo que me platicaste que tu padre quería regresar algún día a su país con toda su familia. Los viajes que hiciste a Ribadesella los disfrutaste mucho y te acercaban a tu padre y a tus raíces.
Tu historia es digna de ser contada y, por supuesto, de ser imitada. Es una historia de amor, trabajo y esfuerzo. Recuerdo lo orgulloso que te sentías de contar que tu primer trabajo fue barrer en una ferretería y que después llegaste a los más altos puestos en las empresas en las que trabajaste. Esa gran ilusión con la que fundaste tu empresa en 1972 pensando que con la mejor de las suertes llegarías a tener el dinero justo para mantener a tu familia. Nadie se imaginó que esa pequeña empresa iba a despegar tan rápido. Le diste trabajo a mucha gente, algunos de ellos emprendieron nuevos caminos pero se llevaron un gran ejemplo.
Mi mamá, tu esposa Martha Eugenia, siempre creyó en ti. Ella fue una mujer que sólo tuvo ojos para ti. Tuviste cuatro hijos y once nietos, y todos te extrañamos y te amamos profundamente.
Hubiera sido mejor que tú mismo contases tu historia en vida; no fue posible, pero dejaste un gran legado como testigo de tu paso por este mundo y eso es lo que quiero compartir con las personas que te quisieron en vida.
A mí me dejaste muy bellas lecciones de vida que me acompañan en mi propio camino.
Con amor, tu hijo, Gerardo.
“En 1972, Gerardo tenía 34 años y ganas de crear su propia compañía. Desde que era un niño, él se imaginaba como en una de esas escenas de las ferreterías de los chinos, que mientras atienden al cliente toman su sopita de fideos tras el mostrador. Nunca imaginó que en poco tiempo, el negocio llegaría a tal nivel, y que le cambiaría, incluso, su estilo de vida…”
Gerardo, llamado así en homenaje a su tío, primer asturiano de su familia en emigrar a México fue poseedor de una vida plena. Optimista convencido, ni un solo día y hasta su último segundo, dejo de amar la vida y de disfrutar cada instante. Vacilador, dicharachero, sociable y carismático, dejó huella en cada persona que le conoció.