Somos la inspiración de nuestra propia narración.
De cómo es la historia y cómo nos la contamos
La tarea de ir en busca de nuestros recuerdos para tratar de reconstruir la historia es una aventura teñida de subjetividad. Del mismo modo, la vida tal y como nos va sucediendo es interpretada por la forma en que, además de vivirla, nos la contamos. Esto es lo que explica, por ejemplo, que varios hermanos conserven imágenes y sensaciones completamente distintas de vivencias que compartieron.
Pero más allá del hecho que suscitó el recuerdo, del recuerdo en sí, y de lo que conservamos de ambos (del hecho, y del recuerdo), esto es importante porque determina lo que hacemos con lo que hemos vivido y con lo que vamos viviendo, es decir en qué forma nuestra narración de la vida influye en la manera en que abordamos lo que aún está por vivir. Y por eso, de nuevo, hermanos, incluso gemelos, toman caminos en ocasiones diametralmente opuestos.
Es muy probable que nadie contará nuestra historia como nosotros mismos (escribirla, ya es harina de otro costal) y es muy probable que a cada uno de nosotros nos apetezca recordarla y plasmarla como la hemos vivido.
Pero no cabe duda de que sería interesantísimo que otra persona, un testigo con poderes extraordinarios, pudiera contar nuestra vida, porque su inspiración, siendo el mismo sujeto, sería un visión diferente, y seguramente sorprendente, de nuestra existencia. Es lo que ocurre cuando nuestros padres nos cuentan, o nos contaban, nuestra pequeña infancia, que para la mayoría de nosotros es una nebulosa desordenada con momentos llamativos.
Cuando decidamos contar nuestra historia, para escribirla, será siempre edificante y enriquecedor que preguntemos a testigos cercanos de confianza que completen nuestro “paisaje interior”.
Por Ana Maury
Delegada de Memorias Ediciones
Biografías por encargo en Madrid