Escribir lo que ha marcado nuestra vida ayuda a las generaciones siguientes a comprenderse y evolucionar.
Independientemente de la forma que tengan los medios de comunicación existentes, todos, o casi todos, los seres humanos han sentido en algún momento la necesidad de comunicar lo que iba ocurriendo en sus vidas, tanto de forma puntual, accidental, circunstancial como de forma continuada y prolongada.
No existe, desde un punto de vista de las intenciones y las necesidades, ninguna diferencia entre el “¿Qué estas pensando?” de Facebook o los 140 caracteres de Twitter (por poner algunos ejemplos) y la postal que enviábamos desde cualquier lugar a otro ser humano para hacerle partícipe de nuestras vivencias e impresiones.
Lo que en otras épocas esperabas durante días con impaciencia pero sin exasperación y que ahora te llega en tiempo real tiene básicamente la misma esencia: cuéntame qué te pasa, qué sientes, como estás.
Remontando a épocas aún anteriores, la costumbre de intercambiar correspondencia estaba tan extendida como hoy comprobar el correo electrónico, y para muchas personas, la vida que contaban por escrito, y la que leían de sus allegados, era toda la traza que dejaban o conservaban de las experiencias propias y ajenas. Todos hemos visto películas de la segunda guerra mundial, o de cualquier guerra, en las que el soldado lee, bajo las bombas y las inclemencias, la carta de su amada, que nadie sabe cómo ha podido llegar hasta ahí, pero que le proporciona un haz de luz porque le trae la imagen de la vida fuera de ese infierno.
Dicen los especialistas que nuestra vida digital es algo así como un salvo-conducto hacia la inmortalidad, porque ya todo lo que hagamos, y reflejemos en nuestro personaje virtual quedará para siempre.
Pero como realmente puedes permanecer como eslabón significativo en la vida de los que vendrán detrás de ti, es escribiendo lo que ha marcado tu vida, y que ayuda a las generaciones siguientes a comprenderse y evolucionar.
Ana Maury
Memorias Ediciones Madrid