Paréntesis veraniegos
Es realmente sorprendente que, mirando esta foto de mi padre -primera fila, quinto empezando por la izquierda- en el verano del 1937, aparece en mi memoria una imagen muy similar, 30 años más tarde, de mis veranos en las playas de Normandía. Tal es la intensidad de mis recuerdos, que puedo casi percibir el olor de la arena, de la madera de las cabinas, del pan con chocolate que llevábamos para merendar. Y creo que lo mejor, es que era feliz (me pregunto si mi padre también) sin siquiera preguntarme porque. Como cuando un niño es feliz.
Las colonias, para quienes las hemos frecuentado – y disfrutado – con regularidad, eran un marco de diversión y aprendizaje que suponían un corte en la rutina del año, al tiempo que te permitían descansar de tu familia, y sobre todo la inversa.
Para mi padre, hijo de una viuda, en los albores de la segunda guerra mundial en Francia, las colonias administradas por el estado eran algo más que una distracción, eran probablemente el acontecimiento más divertido de la vida. Y me consta, por lo que me ha contado, que la austeridad presidía estos campamentos, porque al fin y al cabo, eran para los niños menos favorecidos de la sociedad. Pero supongo que cuando, de todas maneras, no tienes casi de nada, te resulta más excitante no tener nada entre amigos en la playa, que en el internado en el que pasaban el resto del curso, que también era regentado por la asistencia social.
En cuanto a mí, que me iba también todos los veranos a las colonias organizadas por la parroquia, soy incapaz de recordar si nos beneficiábamos de lujos y comodidades, cosa que dudo, pero he aprendido tantas cosas y tengo tantos recuerdos fabulosos, que no restaría ni sumaría nada a las condiciones en las que veraneábamos.
Ana Maury
Memorias Ediciones Madrid